Orando por otros
1 Timoteo 2: 1
No hay mejor momento que el que pasamos conversando con Dios. En eso consiste la oración: una hermosa conversación con nuestro Padre para decirle cuánto lo amamos, adoramos y honramos; también para contarle todos nuestros pensamientos, planes, ideas, deseos, cargas, necesidades, alegrías, tristezas, en fin, todo aquello que ocupa nuestro tiempo e interés.
Todas, como creyentes, estamos facultadas, y a la vez urgidas de una sólida vida de oración. Si en el Antiguo Testamento se requería de un sacerdote, para que fuera el intermediario entre los hombres y Dios, llevando todo pedido; hoy hemos sido revestidas para acceder al trono de la gracia, a través de un sólo mediador: Jesús.
En el capítulo 2, verso 1 de su primera carta a Timoteo, Pablo nos exhorta a que debemos interceder por todos sin excepción. Interceder, no es otra cosa que presentar a alguien delante de Dios, lo que hacía el Sumo Sacerdote en la antigüedad. En el verso 3 habla que a Dios le agrada cuando llevamos no sólo nuestras peticiones, sino las de otros. Tal vez pienses que orar por todos es una tarea de nunca acabar, empieza por los más cercanos vecinos, compañeros de trabajo, etc. La idea es ir ampliando nuestra lista de oración, que no se limite a nosotras mismas o a nuestras familias.
Debemos orar con un motivo fundamental: que todos sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2: 4). Vemos aquí el corazón de Dios, quiere que todos sean salvos, que ninguno se pierda. Nuestra tarea es cumplir su voluntad.
Dediquemos un buen tiempo para interceder por las personas que no conocen a Cristo y que nosotras conocemos. Oremos además por nuestros gobernantes (1 Timoteo 2: 2) para que vivamos quieta y reposadamente. No olvidemos orar por la iglesia, por nuestros pastores y líderes. En realidad tenemos muchos motivos para orar y sobre todo la confianza que nuestro Padre celestial nos escucha.
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