Refinadas
Malaquías 3: 3
Un refinador de metales se toma la mayor molestia con los metales más valiosos, como el oro o la plata. Los somete al fuego abrazador, porque este fuego derrite el metal y el metal derretido es perfeccionado. En el proceso de refinación, las impurezas, en el metal derretido, se separan y suben a la superficie, luego son retiradas para dejar el metal puro.
Sin calentamiento ni fundición, no habría purificación. Un experto refinador nunca abandona su crisol, sino que se sienta a su lado, para evitar que haya un grado de temperatura excesiva y estropee el metal. Tan pronto como suelta la última basura, y ve su cara reflejada, entonces apaga el fuego.
En Malaquías 3: 3 el Señor usa esta figura de un refinador que busca sacar lo mejor del metal, para referirse a sí mismo. Dios quiere sacar lo mejor de nosotras y por eso muchas veces pasamos por el crisol de las pruebas, algunas duras y dolorosas.
Dios quiere perfeccionarnos, que mostremos cada vez más su imagen en nosotras, así como ese refinador sabe que el metal está en su más alto nivel de pureza, cuando puede verse en él. Cuando somos purificadas por Dios, su reflejo en nuestra vida será cada vez más claro para los que nos rodean. Debemos estar dispuestas a pasar por el proceso de purificación, aunque no es agradable y puede ser molesto, incómodo y doloroso.
En 1 Pedro 1: 7 el apóstol dice que nuestra fe debe ser sometida a prueba, ya que es mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero es probado con fuego. Ante esa prueba nuestra fe debe ser hallada en alabanza, gloria y honra a nuestro Señor Jesucristo. Que en la prueba nuestra fe no falle. Tengamos la certeza que nuestro Dios es un perfecto refinador y conoce el calor exacto que necesitamos para ser purificadas. El quiere usarnos para mostrar Su gloria, hacer de nosotras instrumento útiles.
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