Un Pueblo escogido
1 Pedro 2: 9
En la antigüedad Dios escogió un pueblo para sí. Un pueblo especial, que reflejara la gloria de Dios al resto de las naciones. Este pueblo fue la nación de Israel, los descendientes de Abraham, a quien Dios le hizo la promesa que haría de él, una nación grande.
Cuando Dios le dio la tierra de Canaán, la cual había prometido a sus padres, Él les ordenó un estilo de vida diferente al de las naciones vecinas. Él les da una serie de preceptos y normas que mostraban el deseo de Dios: que Su pueblo viviera en santidad. El pueblo escogido por Dios debía caracterizarse sólo por las normas más altas de pureza, higiene y trato a los demás.
Estas acciones mostraban la singularidad de la relación de Dios con su pueblo. Israel debía vivir como lo que era, el pueblo de Dios. Su vida debía estar libre de toda asociación con la idolatría, muy característica de las otras naciones. Dios nunca quiso que su pueblo se mezclara con las naciones paganas que le ofendían con sus prácticas abominables. Él les ordenó que exterminaran esas naciones.
Hoy como Hijas de Dios, que formamos parte de Su iglesia, de Su pueblo (el Israel espiritual), la Biblia nos dice que somos: linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios (1 Pedro 2: 9). Puedes creer que eso eres. Dios mismo lo dice.
Pero esto no es para llenarnos de orgullo o creernos más que los demás. Somos eso por la gracia de Dios y Él espera, así como lo exigió al pueblo de Israel, que mostremos sus virtudes, su gloria a quienes nos rodean. Que seamos diferentes y marquemos esa diferencia donde quiera que vayamos, con un estilo de vida acorde a sus principios y normas, que le sea agradable.
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