No cuelgues tu arpa
Salmo 137: 1 – 4
El salmo 137 es un lamento de los israelitas cautivos en Babilonia. Comienza expresando su profunda tristeza y como anhelaban su tierra. “Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos y aún llorábamos acordándonos de Sion” (Salmo 137:1). Podemos sentir la tristeza y melancolía de estas personas que habían sido llevadas lejos de su hogar.
Continúa diciendo que sobre los sauces colgaban sus arpas (Salmo 137:2), es decir, había cesado la alabanza. Humanamente podría decirse que no había motivos para alabar al Señor, sólo había tristeza, cautiverio, añoranzas de los días pasados en su nación. Si seguimos leyendo el Salmo, en el verso 3, encontramos algo interesante que los captores les pedían que cantasen alabanzas, los cánticos que entonaban en Sion. Algo debía ocurrir cuando ellos cantaban porque aún los enemigos sabían el poder que había en la alabanza. La respuesta de estos cautivos fue tal vez la que tú y yo daríamos: ¿Cómo podremos cantar alabanzas en estas circunstancias? ¿No ven que estamos lejos de nuestra tierra? (Salmo 137: 4)
Hay circunstancias en nuestras vidas en las cuales, realmente, es difícil alabarle y la reacción es como la de los cautivos: colgar el arpa y silenciar nuestra boca para no expresar nuestra alabanza al Señor. Sin embargo, cuanto poder hay en la alabanza. Al alabar reconocemos que Dios es digno de recibir toda la honra.
Por eso si hay escasez, enfermedad, no hay trabajo, etc., no cuelgues el arpa es momento de ofrecer una ofrenda de alabanza. Tal vez no cambie la situación inmediatamente, pero no dudes que cuando alabamos algo pasa en el mundo espiritual el enemigo es avergonzado y Dios es glorificado. David entendió este principio y por eso dijo “Bendeciré al Señor en todo tiempo” (Salmo 34: 1)
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