El templo
1 Corintios 6: 19 – 20
El rey David tuvo el deseo de construir un templo para el Señor. Ese era el mayor anhelo de su corazón. Sin embargo Dios le dice que no será él, sino un hijo suyo quien construiría el templo. Antes de morir David deja todo preparado para que Salomón se encargue de la obra y lo comisiona para esa magna labor.
El templo de Salomón representó la majestad y la gloria de Dios como nada hecho por manos humanas. Tomó siete años de arduo trabajo y representó el hogar espiritual de la nación de Israel, su presencia en la capital decía más que las meras palabras. Declaraba a las naciones que el Dios del universo reinaba en Israel.
El templo en sí mismo era una ironía, como lo dijo Salomón: “ni aún los cielos de los cielos te pueden contener” (2 Crónicas 2: 5- 6) Cuatro paredes nunca podrán encerrar al Dios infinito. Pero si reflejar en cierta medida ínfima Su majestad y gloria. Y podría mover a los que lo vieran a responder en reverente adoración a Dios.
Quizá no te hayas dado cuenta antes, pero Dios te ha comisionado para la misma misión en el mundo. Eres llamada a reflejar la gloria de Dios, que vive en ti. 1 Corintios 6: 19 – 20, somos el templo donde vive el Espíritu Santo, por lo tanto debemos vivir de tal manera que lo glorifique.
En sentido similar, Jesús dijo a sus discípulos: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestros Padre que está en los cielos (Mateo 5: 16)
Medita en lo siguiente: ¿Cómo puedes reflejar la majestad de Dios en tu propio templo? La ropa que usas, lo que hablas, los hábitos que practicas, los lugares que frecuentas. Esas cosas reflejan o empañan la gloria de Dios en tu vida.
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