Comparándonos
Filipenses 2: 7
Las mujeres tenemos la fea costumbre de estar comparándonos entre nosotras, nuestra ropa, apariencia, cabello, etc. ¿Sabes que los discípulos luchaban con la comparación?, y mientras leo sobre sus argumentos acerca de “¿quién es el mejor?” escucho la respuesta de Jesús. Cada vez es la misma. Los discípulos se codean, compitiendo por ser “el discípulo mayor” y es obvio que anhelan una respuesta para la misma pregunta que tengo: ¿Cómo puedo estar a la altura? Y en lugar de responder, Jesús repetidamente ofrece una mejor respuesta: ¿Cómo puedo abandonarme a mí misma y servir?
Jesús quiere que sepas que hay un reino donde estar a la altura no nos hace ser grandes. Es despojarnos con humildad y poner a los demás en primer lugar. Si hubiera una taza de medir llena con todos tus dones, potencial y recursos, el enemigo mostraría las líneas de medición, y cada vez te haría poner tu taza junto a la de alguien más. Pero Jesús mostraría la boquilla. Te invita a utilizar lo que hay dentro de tu taza y a dar a los demás más de ti, tal como lo hizo Él.
Si Jesús tuviera una taza de medir, sería la más grande y rebosante. Su valor es incomparable, sin embargo, no se preocupó en demostrarlo. En cambio, “…sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo... se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2:7-8). Por nuestro bien, Jesús tomó Su taza de medir y la colocó boca abajo. Con la humildad más singular que el mundo haya conocido alguna vez, Él “… derramó su vida hasta la muerte …” (Isaías 53:12). Y porque lo hizo, “Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre” (Filipenses 2:9).
Cuando buscamos la grandeza en el Reino, evadimos la idea de compararnos con los demás.
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