Orgullo doblegado
Éxodo 14: 18
Conocemos la historia de la salida del pueblo de Israel de Egipto, después de 400 años de esclavitud. Miraremos la actitud soberbia del Faraón. Egipto era la potencia militar, económica y cultural de la época. Era el imperio del momento, y Faraón era la figura política más importante, incluso para su pueblo era una de divinidad.
Cuando Moisés va delante del Faraón y le dice de parte de Dios, que deje salir en libertad al pueblo de Israel, Faraón se ensoberbeció y trató con más dureza a los esclavos israelitas. El resultado fue una serie de plagas que devastaron a Egipto, sin embargo con cada plaga que pasaba se endurecía más su corazón y no los dejaba ir en libertad, Dios quería glorificarse en el Faraón (Éxodo 14:17) y mostrar Su poder.
Dios reserva la plaga definitiva para el final, la muerte de todos los primogénitos de Egipto, incluido el hijo del Faraón. Con esto le quedaba claro al rey egipcio que no era más que un simple hombre, un mortal más, a pesar de toda su riqueza y poderío. Deja al descubierto su vulnerabilidad.
Después de la muerte de todo primogénito egipcio el Faraón deja salir a los israelitas, pero después decide seguirlos y hacerlos volver para que le sirvieran, pero Dios deja todo el ejército del Faraón sepultado en el mar Rojo, cuando había abierto un camino para que pasara Su pueblo y quisieron los egipcios hacer lo mismo.
Que humillación sufrió el Faraón. Primero con cada plaga que no era otra cosa que Dios disputando con un dios egipcio y venciéndolo (Éxodo 12 12), finalmente sus carros, sus caballos y todos los mejores hombres de su ejército en el fondo del mar. ¿Dónde quedaba su orgullo?
El orgullo siempre es doblegado. La soberbia, que hace que el hombre se levante en contra de Dios es pecado. Nunca el hombre puede contender con Dios, ni jactarse de su fuerza, sus recursos, su inteligencia, en realidad es necedad, como lo vimos en el caso del Faraón.
La Biblia nos dice: que Dios recibe a los humildes, pero rechaza a los soberbios.
(Salmo 138: 6)
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