La sierva del Señor
Lucas 1: 38
“He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a Su palabra” (Lucas 1: 38). María se somete totalmente, sobrecogida por el mensaje que el ángel acaba de traerle. Ella será la madre del Mesías, el redentor prometido. Cada mujer judía esperaba ser la madre del salvador, y ahora ella es la escogida, todo un privilegio.
Era una jovencita que procedía de Nazaret, un pueblecito insignificante. ¿Y cómo iba a dar ella a luz un bebé cuando aún no se había casado? El ángel le dice que ella había hallado gracia ante Dios y que el Espíritu Santo obraría ese milagro. Su hijo sería llamado Hijo de Dios.
Ella reconoce que no tenía nada especial para tener tan grande honor. Se reconoce a sí misma como un instrumento y no pretendió ningún honor para ella. Se muestra gozosamente dispuesta a sacrificarse, viniendo a ser una humilde servidora. “Que sea así como has dicho” exclama como respuesta ante el grandioso mensaje del ángel. Con estas palabras indica completa sumisión, sin retener nada.
Esa actitud de corazón manifestada por María, fue probada en varias oportunidades. María, la más privilegiada de las mujeres aprende desde el principio que privilegios excepcionales van a menudo unidos al sacrificio. Una de las cosas que sacrificó fue su reputación ante los demás y el que José, su prometido, quisiera romper con ella, todo ante el privilegio de ser utilizada por Dios.
Que maravilloso ejemplo de humildad y entrega al Señor encontramos en María. Que como ella estemos dispuestas a hacer la voluntad del Señor y anteponerla a nuestros propios anhelos y deseos.
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