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Foto del escritorPrincesas y Guerreras

19 de Diciembre de 2019

Actualizado: 14 jun 2021

María ejemplo de fe, obediencia y humildad



Lucas 1: 38


Es difícil pensar que haya alguien en el mundo cristiano que no conozca la historia de María de Nazaret, la madre del Salvador. Algunos han optado por venerarla y equivocadamente idolatrarla, pero estos errores no deben impedirnos ver su vida y sus actos como dignos de imitarse.

Una de las cosas que podemos aprender de ella es su fe. Muchos pudieran pensar que su pregunta sobre cómo sería dar a luz al hijo anunciado era falta de fe. Sin embargo, a diferencia de Zacarías quien había puesto en duda las palabras del ángel (Lucas 1:18), María no insinuó la imposibilidad de que esto sucediera. Su pregunta estaba encaminada a conocer los detalles de cómo Dios haría el milagro. María demostró que confiaba en el Dios Todopoderoso y su fe estaba puesta en las promesas de Dios la capacitaba para creer.

Cuando María recibe la noticia de ser la escogida para ser la madre del Mesías en su respuesta al ángel: “Aquí tienes a la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1: 38), demuestra una actitud de obediencia al Señor. Su obediencia a la tarea que Dios le había delegado hubiese implicado el abandono de su prometido y la deshonra como mujer. Ella no se puso a pensar en las consecuencias que su obediencia traería, sino que respondió: sí a lo que Dios le estaba encomendando.

Una de las grandes cualidades que encontramos en María y que debemos imitar es su humildad. Ella era una mujer privilegiada, era la elegida entre muchas mujeres para llevar en su vientre al salvador, tenía el mayor de los privilegios.

Esto ha podido llenar de arrogancia u orgullo su corazón, pero su reacción fue todo lo contario, su reacción fue todo un despliegue de adoración y gloria a Dios. Ella sabía a quién le correspondía toda la gloria.

Su vida y cualidades, dignas de imitar, no apuntan a ella misma. Nos lleva a exaltar al único que merece y es digno de adoración. Por eso como María podemos proclamar: “Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador” (Lucas 1: 46 – 47)



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