Amargura, ¿Hay alguna raíz?
Hebreos 12: 15
En estos días que estuve limpiando el jardín, quise arrancar una maleza, por supuesto lo afeaba y estorbaba el crecimiento de las plantas. Para mi sorpresa estaba muy dura para hacerlo con las manos, aunque se veía un poco frágil. Así que tocó buscar algo para hacerlo, había profundizado y no era fácil removerla.
No pude dejar de pensar en lo que dice la Palabra acerca de la amargura y la compara con una raíz que profundiza en el corazón dando como resultado rencor, envidia, egoísmo, resentimiento, entre otros. Algo así como el ajenjo, que aunque tiene propiedades medicinales es amargo. En Hebreos 12: 15 nos exhorta a no dejar que brote raíz de amargura en nuestras vidas.
Si yo no hubiera dejado que la maleza hubiera profundizado en mi jardín, hubiera sido más fácil de arrancar. Así sucede en nuestra vida. A veces dejamos que las circunstancias, las actitudes de otras personas nos llenen de amargura. Si no solucionamos los malentendidos, los disgusto y nos dejamos llevar por la ira y la decepción, estamos abriendo una puerta enorme para que entre la amargura en nosotras. Sinceramente a nadie le gusta estar con alguien amargado. En realidad la amargura todo lo contamina, no nos deja ver las situaciones con una óptica correcta y estorba nuestra relación con Dios y con los demás. Pone una barrera, como una pared que impide que nos relacionemos bien. No permite que disfrutemos de la gracia que Dios quiere derramar en nuestras vidas.
La Biblia nos dice que no dejemos que el sol se ponga sobre nuestro enojo (Efesios 4: 26), precisamente esto evitaría que brote raíz de amargura. Arreglar nuestras deudas con Dios y con los demás lo más pronto posible, no dejar que con el tiempo echen raíces es un buen remedio para evitar que brote y crezca la amargura, es como no dejar que crezca la maleza en el jardín.
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