La sanidad que trae la confesión
Salmo 32: 1
Había una creencia firmemente arraigada entre los judíos, que donde había enfermedad y sufrimiento era consecuencia del pecado. Recordemos cuando Jesús curó al paralítico le dijo: “tus pecados te son perdonados”. (Marcos 2:5) Jesús mostró su poder para perdonar pecados, mostrando su poder para sanar al hombre enfermo de parálisis.
El Señor sabe que no siempre es así, no todas las enfermedades provienen como resultado del pecado, por eso, cuando sanó al ciego de nacimiento, les dice claramente a sus discípulos, que no es por el pecado de él o el de sus padres, sino para manifestar su gloria entre los hombres (Juan 9:3).Pero sí debemos tener claro, que el perdón de pecados, golpea la raíz de la enfermedad más grande, la del alma, que es sanada cuando somos perdonadas y reconciliadas con Dios. La verdad es que no podemos recibir la sanidad completa del alma y el cuerpo, hasta que no nos encontremos en paz con Dios (Salmo32: 1-6) La experiencia de David fue que la confesión y el perdón de sus pecados trajeron sanidad física y emocional.
Hay otro elemento esencial en la sanidad del alma: la confesión mutua de nuestras faltas, esto trae paz entre nosotros. Jesús hizo su obra en la cruz para que podamos pedir perdón directamente a Dios, pero también, muchas veces es necesario confesar nuestros pecados unos a otros para recibir sanidad dentro de la iglesia, o en nuestra familia, porque quizás hemos ofendido a otros con nuestro comportamiento y debemos buscar la reconciliación para ser sanas.
Recordemos que la oración del justo es siempre oída y nosotras hemos sido justificadas por la obra redentora de Jesús, entonces siempre podemos orar los unos por los otros. Cada creyente es un sacerdote que puede interceder en favor de los demás y así recibir sanidad integral como dice Santiago 5:15
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