Celos y envidias destruyen
Proverbios 14: 30
Generalmente cuando leemos 1 Samuel 1 destacamos la historia de Ana, mamá del profeta Samuel. Sin embargo, acerquémonos a Penina, la otra esposa de Elcana.
Penina estaba descontenta, no sentía gratitud hacia Dios por sus hijos y por las otras cosas que poseía. Su vida estaba paralizada por la falta de gratitud. Para una mujer judía lo primordial era tener muchos hijos, ella los tenía, contrario a su rival, que era estéril. Sin embargo, no era una mujer feliz.
Penina sentía celos porque Elcana prefería a Ana. Provocaba a Ana constantemente, la irritaba y eso lo hace una persona llena de envidia y rencor. Penina era alguien amargada, permitió que los celos se arraigaran en su corazón. Su vida estaba dominada por la envidia, por eso nunca podría ser feliz.
La envidia no es una pequeña debilidad de carácter que Dios tolera, Sino que está dentro de una lista de pecados que catalogamos como graves: adulterio, idolatría y hechicería (Gálatas 5: 19 - 21)
La envidia es sutil y representa mayor peligro para la persona que se deja prender por ella, que para quien va dirigida, como un boomerang repercute contra la persona envidiosa. Penina lo experimentó así; no pudo resolver sus problemas, cuando la solución estaba al alcance de su mano: observando la fe de Ana e imitando su devoción y búsqueda sincera del Dios vivo.
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