Libres de la condenación
Romanos 5: 8
Viendo la película de la que todos hablan por estos días: Milagro en la celda 7, en la que por cierto no paré de llorar, no pude evitar recordar el pasaje de la palabra que está en Romanos 5: 7, en verdad serían muy pocos, contaditos, los que estarían dispuestos a morir por un justo; como ocurre en el final de la película, donde un preso se ofrece para morir en lugar de otro que estaba condenado a morir en la horca, porque sabía que era inocente. Es sorprendente tal vez alguien lo haría por un hijo, un hermano, el padre o la madre, el esposo o la esposa y pare de contar.
Sin embargo, es más impresionante que alguien muriera por un culpable. Como en la película tu y yo estábamos condenadas a morir, pero no en la horca o en la silla eléctrica, sino a estar separadas de Dios por la eternidad. A diferencia de la película, que el que fue liberado de morir era inocente, nosotras si somos culpables, la palabra dice: “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 6: 23). Todas pecamos, de una u otra forma. Pecar es hacer, pensar o decir algo que ofende a Dios y todas nacimos pecadoras y separadas de Dios.
Cristo murió en tu lugar y el mío y ya no debemos morir, porque Dios acepta ese sacrificio como único y suficiente para perdonarnos (Romanos 5: 8). En la cruz Jesús pagó el precio que debíamos pagar por nuestros pecados. Nuestra vida era el pago por el pecado, cada una debía morir.
Jesús nos justificó y ahora el Padre nos ve, a través de Jesús, como justas, no por nuestra propia justicia, sino por lo que Jesús hizo. Eso es gracia, es el regalo del perdón y la salvación.
Estando en nuestros delitos y pecados, Jesús murió por nosotras para acercarnos al Padre. Piensa un momento ese sacrificio tan grande que hizo Jesús en la cruz y agradece tan grande muestra de amor, de perdón y de justicia.
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