La fe de Simeón
Lucas 2: 30
En Lucas 2: 21–35 encontramos el relato de la presentación del niño Jesús, en el templo, tal como lo decía la ley, sus padres lo llevaron para cumplir con el mandato del Señor.
Resalta un personaje y es el anciano Simeón, quien pone una nota inspiradora en este pasaje, era un hombre justo, piadoso (Lucas 2: 25). Dice el relato que movido por el Espíritu Santo fue al templo, donde se cumpliría su más profundo anhelo. Al ver al niño Jesús lo carga en sus brazos y por inspiración del mismo Espíritu entona un cántico: “Ahora, Señor, despide a tu siervo en paz, conforme a tu palabra”. El Señor le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías, el Ungido del Señor (Lucas 2: 26). Esa promesa era lo que lo mantenía con vida. Ahora que había visto a Jesús podía morir en paz.
“Porque han visto mis ojos tu salvación” (Lucas 2: 30). Esta declaración es un ejemplo de fe, de esa fe que expresa Hebreos 11: 1, que es la certeza de lo que espera y la convicción de lo que no se ve, el tipo de fe que llama las cosas que no son como sí fuera. Humanamente, Simeón sólo estaba viendo un bebé, pero con los ojos de la fe estaba viendo al Mesías prometido. Que gozo el de Simeón al tener en sus brazos al Salvador, Dios había cumplido Su promesa.
Que hermoso ejemplo encontramos en el anciano Simeón. Que nos motive a creer y no desmayar. Dios siempre cumple sus promesas.
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