Una fe sencilla
Mateo 18: 3
Nuestra meta debe ser convertirnos en mujeres de fe. No limitarnos a confiar en el Señor para nuestra salvación. Que seamos mujeres que estemos dispuestas a confiarle también nuestros pasos diarios. Sin embargo, aunque hablemos y estudiemos acerca de la fe, muchas veces complicamos demasiado la fe. La fe no es un sentimiento o una filosofía. La fe no es un principio o una receta médica. La fe es tomarle la palabra a Dios. Mira a un niño pequeño, quizás tu propio hijo, y te darás cuenta que creerá las promesas que le hagas y esperará su cumplimiento con ansías. Jesús puso a un niño de ejemplo, precisamente por la sencillez y la fe que recibe la Palabra y la cree (Mateo 18:3)
En Romanos 4, el apóstol Pablo utiliza la historia de Abraham para enseñarnos sobre la fe que agrada a Dios. Aunque Abraham era viejo y su mujer era estéril, creyó en la promesa de Dios de hacerle padre de muchas naciones (Romanos 4:18). Según Romanos 4:20, “Abraham siempre creyó la promesa de Dios sin vacilar. De hecho, su fe se fortaleció aún más y así le dio gloria a Dios.”
La historia de Abraham nos recuerda que la fe no es una teología abstracta, sino una respuesta activa. Puede que la fe no siempre cambie la forma en que nos sentimos con respecto a Dios, pero debería cambiar sistemáticamente la forma en que caminamos con Él. Al igual que Abraham, cuando le tomamos la palabra a Dios, alineamos nuestros pasos con las promesas que Él ha dicho en lugar de las probabilidades que podemos ver.
Aunque la fe parezca sencilla, no siempre es fácil. Sin embargo, cuando mi confianza empieza a vacilar, pienso en un niño esperando que sus padres le cumplan lo que prometieron. Porque si él puede confiar en la promesa de un padre o una madre imperfecto, entonces tú y yo podemos confiar en la palabra de nuestro Padre perfecto, que nunca miente y que siempre cumple lo que promete.
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