02 de Diciembre de 2019
- Princesas y Guerreras
- 2 dic 2019
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 14 jun 2021
Elizabet, la madre de Juan Bautista, Una mujer de fe
Lucas 1: 36 - 37
Cuando María, después que hubo concebido por el Espíritu, fue a visitar a Elizabet, esta exclamó en oración profética: "¿De dónde a mí esto, que la madre de mi Señor venga a mí?" (v. 43). Por medio de esta inesperada e indudable confesión Elizabet reforzó la fe de María en el hecho de que ella, sin la menor duda, llevaba al Salvador del mundo en su seno.
Es esta fe firme e invariable que constituye la virtud más prominente de Elizabet, una firme convicción de que Cristo había ya empezado a asumir forma humana.
Elizabet era anciana, una mujer que había estado pidiendo un hijo a Dios durante muchos años. Llevaba el estigma de la esterilidad. Y no había estado presente al tiempo en que el ángel se le apareció a Zacarías. No había oído lo que Gabriel le dijo a María. Todo esto ella lo había oído de otros. El Señor inesperadamente la bendijo con un embarazo con el que ya no contaba. Había renunciado a la esperanza de tener un hijo. Su concepción fue acompañada de un mensaje de un ángel y de la mudez de su marido, algo extraordinario.
A pesar de sus circunstancias desfavorables, Elizabet trascendió inmediatamente toda duda. No sólo esperaba al Mesías que había de llegar, sino que creyó que había llegado. Cuando María fue a visitarla, ella vio y creyó inmediatamente esta maravillosa verdad: "Aquí debajo de los vestidos de esta mujer se halla mi Salvador escondido." El Mesías ya no tenía que venir. Elizabet sabía que había venido. Y por ello oró y le confesó.
María fue a visitarla cuando Elizabet ya estaba de cinco meses. El instinto maternal de Elizabet le dijo que un hijo se movía en su matriz, al ver a María, y que este hijo se movía en una forma extraordinaria. Así que madre e hijo fueron afectados por la influencia del Espíritu Santo cuando se acercó el Salvador. Al instante su fe floreció, ella apreció y sintió la bendición del hecho que Dios, revelado en la carne, estaba cumpliendo la esperanza de sus padres.
Que humildad y fe encontramos en esta anciana cuyo hijo llegó a ser el gran profeta Juan el Bautista, quien preparó el camino de Jesús.

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