El secreto de la plenitud
Eclesiastés 12: 13
Este versículo revela el secreto de la plenitud. El “temer a Dios y guardar sus mandamientos” es aprender a ser y descubrir el secreto de ser una persona total. ¿Quién no puede desear eso? Todas queremos ser mujeres completas, no rotas, fragmentadas, fácilmente turbadas, erráticas, que van en todas las direcciones al mismo tiempo, sino ser personas estables, controladas, equilibradas, completas. He aquí el secreto de cómo conseguirlo.
Salomón concluye el libro de Eclesiastés con palabras categóricas. El deber, el destino, del ser humano es obedecer a Dios, y al cumplir con esto encontrará la felicidad suprema. Cualquiera sea su suerte la adversidad o la prosperidad, siempre deberá́ tener presente el deber de obedecer a su Hacedor. Cuando dice temer a Dios, no es miedo, sino un temor reverente que nos lleva a obedecerle y no querer ofenderle.
Salomón llegó a entender que sí valía la pena obedecer al Señor, y esta obediencia era del agrado Dios, y cumplía el destino del hombre. Todo en la vida es pasajero. Ninguna cosa que hagamos nos podrá llevar a la plenitud de vida que buscamos. No hace falte negarse a nada de lo que ella nos ofrece. Pero debemos saber que cada cosa tiene su tiempo y su lugar. Y que toda obra será juzgada por Dios.
Debemos andar en el reconocimiento de la grandeza, magnitud, tamaño, fuerza, poder y santidad de nuestro Dios obedeciendo sus mandamientos. Eso es lo que de verdad hace completo al ser humano. Eso es lo que de verdad nos da plenitud. Nuestro “todo” es temerle y obedecerle.
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