Cuando a Jesús se le llama el Cordero de Dios en Juan 1:29 y Juan 1:36, es en referencia a que Él es el perfecto y último sacrificio por el pecado. Para entender esta expresión, es necesario mirar los sacrificios de animales establecidos en el Antiguo Testamento para perdón de los pecados. Hay numerosas referencias a distintos sacrificios en los que un cordero debía ser sacrificado, como sustituto para que los pecados del pueblo fueran perdonados.
Inicialmente podemos decir que hay varias razones por las que parece apropiado identificar al Señor Jesús con el cordero de la pascua (Éxodo 12:1-28). Primeramente, porque Él fue sacrificado en la fiesta de la pascua (Lucas 22:7). El apóstol Pablo afirma en (1 Corintios 5:7) "que nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros". Y de hecho, la pascua debía ser recordada por los israelitas porque por medio del sacrificio del cordero ellos fueron librados de la ira divina y se constituyeron como una nación. No podemos dejar pasar el tremendo paralelismo con el cordero descrito por Isaías: (Isaías 53:6-7) " Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca."
En realidad, podríamos decir que todos los sacrificios descritos en la ley eran símbolos o sombras del sacrificio definitivo de Cristo en la Cruz. Por el pecado estos eran muchos, pero Jesús se presentó así mismo una vez y para siempre. Aquellos sacrificios sólo podían limpiar o expiar los pecados, el sacrificio de Jesús los quita definitivamente. No éramos dignas de semejante sacrificio, sólo por Su gracia podemos aceptarlo y ser perdonadas.
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